No es fácil ser mozo. Pero es apasionante.
Ella entró primero arrastrando una valija verde.
Fueron derechito para el sector de arriba buscando quizás algo de privacidad.
Llevé el menú y noté un silencio molesto entre ambos.
"Que tal, buenas tardes" llegué a escucharle decir a él.
"Voy a querer un sandwich de pan árabe y un café doble, ¿puede ser?" se adelantó la muchachita.
"Y yo un agua"
"¿Con o sin gas?"
"Sin gas, por favor"
El tono era seco. No quería dejar de ser amable.
Llego con la bandeja y noto como cortan el diálogo tenso que venían teniendo. Dura ese silencio mientras acomodo las cosas. No se miraban siquiera.
"Está bien, gracias".
Me alejo a secar una copas y empezar a preparar la mesa para 20 personas que tenían una reserva para la noche. Pero no podía dejar de espiarlos. A él lo tenía de frente y pedía explicaciones con cara de preocupación. Ella de espaldas hablaba menos y movía cada tanto la cabeza. Pidieron la cuenta rápidamente, como adivinando que no iba a durar mucho más todo esto. Que no había salida.
De un diálogo intenso pasaron a frases entrecortadas. "Ahora entiendo porque..." dice él resignado.
Estaba dolido. Se lo notaba desamparado. Hasta confieso que me dieron ganas de abrazarlo. Pero lo peor estaba por pasar. Cuando intentó volver a hablar le jugó una mala pasada su sentir y terminó quebrándose. Estaba incómodo. Prefería ocultarlo. Pero le era imposible. Y quebró en llanto. Y murmuraba verdades sinceras. Tuvo que ir al baño. "Jornada difícil" llegó a decirme cuando pasó al lado mío, mintiendo una sonrisa.
Volvió más tranquilo. Y fue ahí cuando ella aflojó también. Al ver realmente como estaba quien le hablaba. Al percibir de que se trataba todo esto. Y mientras él hablaba noté como sus hombros temblaban. Como sus manos destrozaban todo cuanto había en la mesa. Y llanto va, llanto viene, llegan los comensales para ocupar la mesa próxima a ellos. Tuve ganas de echarlos. No quería que molestasen. Los noté incómodos. Pero a pesar de todo buscaban consuelo el uno con el otro. Ensayaron abrazos frustantes. Y la primer sonrisa de la tarde irrumpió en la mesa para instalarse hasta el final.
Algo había salido. Para quedarse en esa mesa. Y ya era nuevo lo que sentía cada uno. Sus servilletas rotas se transformaron en una linda flor de papel. Él dejó de necesitar de vasos de agua para pasar malos tragos.
Finalmente se levantaron para irse. Y mientras alcanzaba una 5 cerveza a los de la mesa de al lado él me comentó: "Linda novelita te viste, eh".
Final feliz. Pude volver a mi casa después de un arduo día de trabajo. Y fue volver a abrazar a mi mujer como cuando tenía 20 años. Saber que la vida tiene llanto y risa mezclado con cafés. Y que ser mozo, es apasionante.